Dentro en casa, caemos en el efecto de la auto-anestesia de obedecer. Del desayuno a la cena, de la primera luz a la última ceguera.
Allí fuera sucede todo lo posible, con ese venenoso y seductor fundamento de por qué las cosas pasan, y qué otras razonables medidas del gobierno.
Se finite.
7.45. Un momento después. El desayuno en la cama es el último intento por posponer la alarma y demorar el mundo antes de que las cosas signifiquen y el tacto duela.
El pensamiento sin sabor ni cafeína, junto al alma todavía irreflexiva; por inercia o por costumbre se enfrentan con defensas bajas, a mi organismo hambriento e hipersensible, y seis medias nueces elegidas al azar.
El encuentro es violento al primerísimo principio; y placentero al instante siguiente y siguiente.
Al día a día. El continuo presente.
7.58. Pero a primera hora también, los ángeles de fuera son divinidades cubiertas de plumas que danzan sin peso, al ritmo de una coreografía anarquista que jamás se ensaya; para ofrecernos un salvaje y subyugante concierto donde sin arpas y en libertaria congregación, celebran un día más de nuestro confinamiento.
Día cuarenta y dos.
8.03. La misma ilusión engañosa que nos declaró altaneros dueños del mundo; es el mismo decreto represivo qué nos juzga y encierra en nuestra ridícula soledad inofensiva.
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