16.1.20

Año y medio después.






















Año y medio después, sacudón y revestimiento de mi periferia.

Una decisión, un viaje, la novedad de un revés un poco fortuito, un poco buscado. 
Un año y medio después me ví egoísta pero respaldada por todos, pero lejos de todo. Afuera en otra estación, sin calor, sin tacto, sin nadie.
Desorientada y urgente apelo a la carta de la mensajería digital con cada vez más pausas que intermitencias, a mirar recién levantada un montón de fotos amontonadas en un tamaño menor a 10 x 13 llenas de pedacitos de tiempo, pedacitos de afecto, pedacitos de antes. Intento sesgar un tiempo espacio que de pronto, un año y medio después, me interpela violento, con una acidez aguda e inconstante entre la garganta y el pecho; una herida abierta que quema y a veces se siente letal y por momentos una indigestión apenas.
Llamada perdida de mamá. Mensaje: ¿Es muy tarde allá?

Generaciones que cambian a un ritmo imposible y apurado. Yo ausente.
Re-estructuraciones familiares violentas, dolosas y torpes. Yo ausente.
La fuerza de la palabra y el silencio, las enfermedades, las separaciones, el peso de la soledad y el recuerdo idílico de compartir y encontrarse. Yo ausente.

Un año y medio después me siento ajena, egoísta y lejos.
Una herida abierta. Pedacitos de tiempo, pedacitos de afecto.
Llamada perdida de papá. Mensaje: ¿Es muy tarde allá?.
Llamada perdida. ¿Es muy tarde?.