24.4.20
Sí, yo soy otro.
Miré hacia donde estabas asfixiada en el turbio altamar de siento ésto y aquello. Te vi en la orilla. ¿Te vi?
Necesité hacer pié desesperada con un respirar salino y sulfurado. Miré de nuevo y la orilla desparecía. ¿Qué vi?
La alucinación es el otro. Vos.
Ahogada en tu espejismo me hundí torpe, intenté cruzar el nauseabundo océano de expectativas hacia un vos que no existía más que en mi sed de tierra firme. Imaginario vos, otra vez.
Tenaz y agotador naufragio en bucle: Yo creo porque creo en que vos creas, que creo lo que vos crees.
Creo en vos. Te creo una y otra vez. Pero la fé es estúpida y el otro es inventado. Y el espejo explota. Vos sos un gigante caníbal y despiadado. Tus uñas están sucias y tus dientes podridos.
El yo es débil y está malnutrido, le quitaron hasta la carne pegada al hueso. El superyó es autoritario, perverso. Y el ello es un engendro al que drogan violentamente cada vez que tiene una reacción auténtica, cada vez que cree ver la orilla.
Mi yo es inútil e incapaz de mirar hacia dentro, está abrumado en tu eco que rebota histérico en tantos y demasiados textos y espejos. Mi ello está rabioso y colérico, pero maniatado y ciego. Pero el superyó camina en línea recta con los ojos vendados.
Día y noche, noche y día. Cualquier minuto urgente avanza hacia la oscuridad en serie, en tiempos de mantenerse en pose, no importan los tropiezos.
¿Se puede ser feliz porque otros creen que somos felices?
Desbloquear cualquier smartphone. Hacer una mueca y detectar las sonrisas. La cámara frontal nunca antes nos había retratado tan reales y espantosos.
Yo soy otro. El arquetipo del enfant terrible y la vomitiva sobredosis de clicks y pastillas para sobrevivir.
Despertar confinada
Dentro en casa, caemos en el efecto de la auto-anestesia de obedecer. Del desayuno a la cena, de la primera luz a la última ceguera.
Allí fuera sucede todo lo posible, con ese venenoso y seductor fundamento de por qué las cosas pasan, y qué otras razonables medidas del gobierno.
Se finite.
7.45. Un momento después. El desayuno en la cama es el último intento por posponer la alarma y demorar el mundo antes de que las cosas signifiquen y el tacto duela.
El pensamiento sin sabor ni cafeína, junto al alma todavía irreflexiva; por inercia o por costumbre se enfrentan con defensas bajas, a mi organismo hambriento e hipersensible, y seis medias nueces elegidas al azar.
El encuentro es violento al primerísimo principio; y placentero al instante siguiente y siguiente.
Al día a día. El continuo presente.
7.58. Pero a primera hora también, los ángeles de fuera son divinidades cubiertas de plumas que danzan sin peso, al ritmo de una coreografía anarquista que jamás se ensaya; para ofrecernos un salvaje y subyugante concierto donde sin arpas y en libertaria congregación, celebran un día más de nuestro confinamiento.
Día cuarenta y dos.
8.03. La misma ilusión engañosa que nos declaró altaneros dueños del mundo; es el mismo decreto represivo qué nos juzga y encierra en nuestra ridícula soledad inofensiva.
16.1.20
Año y medio después.
Una decisión, un viaje, la novedad de un revés un poco fortuito, un poco buscado.
Un año y medio después me ví egoísta pero respaldada por todos, pero lejos de todo. Afuera en otra estación, sin calor, sin tacto, sin nadie.
Desorientada y urgente apelo a la carta de la mensajería digital con cada vez más pausas que intermitencias, a mirar recién levantada un montón de fotos amontonadas en un tamaño menor a 10 x 13 llenas de pedacitos de tiempo, pedacitos de afecto, pedacitos de antes. Intento sesgar un tiempo espacio que de pronto, un año y medio después, me interpela violento, con una acidez aguda e inconstante entre la garganta y el pecho; una herida abierta que quema y a veces se siente letal y por momentos una indigestión apenas.
Llamada perdida de mamá. Mensaje: ¿Es muy tarde allá?
Llamada perdida de mamá. Mensaje: ¿Es muy tarde allá?
Generaciones que cambian a un ritmo imposible y apurado. Yo ausente.
Re-estructuraciones familiares violentas, dolosas y torpes. Yo ausente.
La fuerza de la palabra y el silencio, las enfermedades, las separaciones, el peso de la soledad y el recuerdo idílico de compartir y encontrarse. Yo ausente.
Re-estructuraciones familiares violentas, dolosas y torpes. Yo ausente.
La fuerza de la palabra y el silencio, las enfermedades, las separaciones, el peso de la soledad y el recuerdo idílico de compartir y encontrarse. Yo ausente.
Un año y medio después me siento ajena, egoísta y lejos.
Una herida abierta. Pedacitos de tiempo, pedacitos de afecto.
Llamada perdida de papá. Mensaje: ¿Es muy tarde allá?.
Llamada perdida. ¿Es muy tarde?.
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